2 de julio de 2012

Mi hermano estuvo muy grave esta semana. Es diabetico y el martes llego al hospital casi sin poder respirar, con una grave falla renal que produjo falla cardiorespiratoria. Una ganga. Una semana de aguantar las ganas de llorar adelante de mi mamá (la pobre estaba con un solo y continuo ataque de nervios) y cortas caminatas por el patio del hospital rogando a todos los dioses que la juventud y la buena energía de tanta gente revierta el pronostico inicial.
Estoy acá escribiendo solo porque está estable, en una sala y casi con fecha de alta. Solo porque ahora puedo respirar. Ahora puedo llorar porque sé que está bien y que el miércoles posiblemente esté en casa. Puedo contestar todos los mensajes y llamados de los amigos, conocidos, vecinos y compañeros de trabajo que preguntan cada día.
Y ésto estaba pensando... la gente que constantemente llamó, preguntó, acompañó en los momentos más críticos, que estuvo ahí cuando Quelo estaba con tubos y máquinas respirando por él. No es una cuestión de cantidad; no  valen 300 personas en una sala para sentirse acompañado, ni la cantidad de llamados para acercar. Quizás la compañía es eso, no un estar sino un sentir, no un pedido sino un regalo.
Tantos estuvieron con un llamado y tantos llamados se sintieron compromisos.
Hoy agradezco a la vida por todos los que estuvieron en esta lenta espera, por los casi desconocidos que se preocuparon y tuvieron gestos enormes y por todos los amigos que nos repitieron hasta el cansancio que "todo va a estar bien".
Incluso agradezco por aquellos a los que esperamos, por cercanía o relación, y no aparecieron...uno también aprende de eso.Aprende que no todos pensamos y actuamos igual, mi reacción no va a ser la tuya (por mucho que duela a veces...), incluso a pensar en no esperar ya que como decia un sabio en un cuento Sufi: "Cada uno de nosotros solo puede ofrecer lo que tiene".